A veces escuchamos opiniones como: “Yo lo que quiero es que mi hijo/hija sea feliz”. Y es natural, ¿quién sería capaz de decir lo contrario? ¿Quién desea la infelicidad para los suyos? ¿Qué padre o madre resiste sin acongojarse ante un “me estás amargando la vida” de un hijo o de una hija? Por ello, es importante que nos detengamos en este tema y nos planteemos en qué consiste la felicidad o qué clase de felicidad queremos o buscamos para nuestros hijos e hijas. Porque a veces, detrás de aquella primera afirmación suele haber una trampa mortal que justifica cualquier comportamiento permisivo.
Cuando se habla de este tema, siempre se acaba presentando estas dos formas de buscar la felicidad. Una, relacionada con el dinero o con las posesiones y que viene a decir que es más feliz el que más tiene. La felicidad consiste en “tener” cosas, más dinero, más objetos de consumo: la mejor casa, el coche último modelo, el móvil de última generación, etc., etc., etc. Y, es verdad que estas cosas nos pueden alegrar y hasta hacer que tengamos sentimientos de felicidad momentánea. Se dice que el dinero no da la felicidad, pero ayuda a ello. Sin embargo, por sí solos el dinero y las cosas materiales no nos hacen más felices sino que nos pueden hacer sentir más solos o vacíos.
Otra manera de sentirse feliz es dejarse llevar por los deseos. Hay personas que creen que hacer lo que uno quiera o lo que le apetezca en cada momento les hace más felices. En ocasiones oímos decir: “si me dejaras hacer lo que quisiese, sería feliz”. Sabemos que no es verdad, que dejar a un niño, niña o adolescente guiarse por sus instintos o por sus deseos no es hacerlo feliz sino favorecer su infelicidad a medio o largo plazo. Igual que el dinero, el deseo o el placer puede ayudarnos a ser felices, pero de forma moderada. Las personas nos diferenciamos de los animales en que no hacemos lo que nos apetece, sino que nos guiamos por lo que nos conviene y por lo que se debe hacer. Esto último nos humaniza.
Decía Aristóteles que la felicidad no está en las cosas materiales, sino que la auténtica felicidad consiste en hacer el bien, es decir, en ser una buena persona. Por consiguiente, la felicidad está más relacionada con la búsqueda de uno mismo y de los demás que con la consecución de cosas materiales o con la búsqueda del placer. Ser una buena persona implica aprender cosas como las que siguen:
- Aprender a superar y a vencer las dificultades.
- Aprender a pensar, a comprender, a compartir, a ayudar y a necesitar a los demás.
- Aprender a controlar las emociones y los nervios, a tener paciencia y constancia, a reprimir los instintos y a ser críticos.
En esto los padres y madres tienen mucho que decir y qué hacer con respecto a sus hijos e hijas.
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